sábado, 12 de junio de 2010

Dos opiniónes de mi lista de correos de psicología sobre la vivencia del interculturalidad aplicada

Natalia Laguna: Nos cuenta su experiencia de perdida de pertenencia y cesión de derechos aclarando algunas cosas que expreso en un mensaje anterior.

Y de eso se trata, Marifé... Aquí no se está criticando la inmigración, sino la falta de adaptación al país al que se viene... Y yo sólo digo, que a veces cediendo demasiado, uno pierde.

Soy la primera que está en un círculo multicultural: yo misma soy la extranjera en Austria, mis amigos son austríacos, alemanes (que les tienen en general muchísima manía los austriacos), colombianos, argentinos, chilenos que huyeron del régimen de Pinochet hacia Austria, españoles, iraníes, de Marruecos, judíos israelies y palestinos (una de ellas palestina crisitiana, odiada por ambos frentes y que tuvo que huir de Gaza con su familia)... Y a veces tan diferentes, que la única cosa casi que nos une, es el respeto unos a otros y el cariño... No me importa de dónde sea uno, sólo que no puedo con querer imponerte en el país que te acoge y que me critiquen por no seguir SUS costumbres.

Me indigna pensar en Sudáfrica y cómo los blancos se impusieron, dejando de lado a los negros y encerrándolos, como hicieron con Mandela, sólo por exoresarse... No puedo dormir si veo una película del holocausto y lloro de rabia con las noticias... ME enfada ver cómo se exterminaba a los indígenas y como, hoy día, las grandes potencias abusan de los más pequeños (de entre los países y las personas), porque me da pena que el ser humano tenga eso dentro... Aunque también haya el contrapunto, gente buena y llena de amor... Veo los dos lados, no me molesta la gente diferente, ni voy a dejar de indignarme porque muestren cosas de la España de ayer que no me gusten... No está bien y punto... Somos el país europeo donde menos orgullosos estamos de pertenecer.... Se ve mal llevar la bandera (con excepción de ahora, que es el mundial de fútbol)... Y a mí eso, ME DA MUCHA PENA.

Marife Aguero: Nos cuenta algunos aspectos de su experiencia como contratadora de trabajador@s de la conicida como "Red Internacional de Cuidadores".

Mi experiencia con la inmigración es puramente como empleadora: desde hace bastantes años mis padres necesitan ayuda y a través del tiempo hemos tenido que ir contratando a gente para que en cada momento pudiesen prestarles la atención requerida que, obviamente, ha ido progresivamente en aumento. Esta necesidad me ha llevado (nos ha llevado) a convivir con gente de otras nacionalidades y a conocer no solo sus costumbres y cultura de cara al exterior, sino la realidad diaria y personal que está detrás de ellos.

Ha sido un aprendizaje para todos: para mí misma, para mi marido, mis hijos, mis hermanos y sus respectivas familias, mis tíos y primos... Y por supuesto, mis padres. Cuando hablo de aprendizaje no hago literalmente, porque lo que en principio eran ayudas puntuales limitadas a unas horas se fueron transformando hasta llegar a ser la convivencia diaria que supone vivir en el mismo hogar.

Cada una de ellas (mujeres siempre) venía de un sitio distinto: primero fueron hispanoamericanas (Colombia, Ecuador, Guatemala, Cuba...) y ahora que lamentablemente necesitamos 3 turnos de 2 personas simultáneamente, también Marruecos. De manera que cuando llegaba alguien nuevo había que sufrir un proceso de adaptación (aculturación en términos antropológicos) que suponía conocerse y aceptarse bajo un mismo techo, lo que, también utilizando términos de Psicología Social, se llevaba a cabo desde el punto de vista de la integración (preservar la identidad cultura de partida al mismo tiempo que se lucha por formar parte del grupo mayoritario). Es decir, que cuando entraba a formar parte de nuestra familia (literalmente) una persona cuyos orígenes y costumbres desconocíamos, empezábamos por conocer poco a poco lo que teníamos en común y lo que nos separaba, intentando encontrar un punto en el que ambas realidades tuvieran un soporte que permitiera a todos una feliz convivencia.

Mis padres han sido los artífices de un hogar multicultural en que ahora mismo, y estoy muy orgullosa de decirlo, entre la gente que trabaja con ellos y la gente que les visita asiduamente (y les llama por teléfono, escribe y envía regalos) somos los españoles una minoría. De manera que el día en que mi padre fallezca (y me temo que faltan pocos días), le despedirá un grupo nutrido de representantes de esa multiculturalidad, entre la cual estimo que al menos podré ver 6 mujeres cubiertas con velo islámico.

No ha sido fácil, porque cuando llega el ramadán mi madre se enfada: dice que no se puede estar sin comer y persigue a Mariam (morita buena, la llama mi padre) todo el día para que tome algo. También hemos aprendido que si hacemos rosquillas con un chorrito de anís en sus ingredientes, debemos advertirlo. Y también hemos aprendido que al salir a la calle tenemos que esperarla para que se cubra (aunque luego no la importa estar en pijama en casa). Y también que los chistes subidos de tono nos gustan a todos, y los contamos todos.

El último día que salió mi padre a la calle, hace un mes, su silla de ruedas era empujada por tres marroquíes, una cubana y una española (yo). Fuimos al campo de petanca que hay cerca de su casa y allí nos juntamos todas. Reímos y charlamos con los jugadores, que nos conocían a todas y a todas nos decían algo. Saludamos a un anciano que no puede salir a la calle y nos ve a diario desde su ventana. Y luego nos pusimos a hacer unas riquísimas pastas árabes para el postre. Junto con una comida cubana (que tocaba ese día). Otras veces jugamos al parchís con mi madre, que se enfada cuando le comen las fichas y dice que Alá les va a castigar por no tener compasión de una anciana (que por cierto, hace todas las trampas que quiere sin pensar en el posible castigo de Dios).

No siempre es de color de rosa: a veces nos cuentan historias de miseria, de machismo, de alcoholismo. Y a veces se nos saltan las lágrimas cuando llaman por teléfono la familiar de Mariam porque su padre enfermo tiene que ir en autobús 200 km, para ir al médico en Marruecos, o cuando Milena acompaña a su mamá de vuelta a Cuba porque en Madrid está triste aunque come bien, o cuando Esperanza despide a su hermano que se vuelve a Colombia para atender a sus hijos y que no se desvíen por la mala vida. Ah, pero también nos hemos llenado de orgullo al ver las imágenes de Gina vistiendo su uniforme de militar española en Líbano, después de haber estado con nosotros un año (pobrecita, cuando nos llamaba por teléfono desde allí nos decía el miedo que pasaba cuando había bombardeo).

A nosotros nos han aportado todas mucha alegría. En casa de mis padres siempre ha habido risas y yo no me imagino ya cómo hubiesen sido estos últimos 10 años sin ellas. Ya os he dicho que hemos aprendido mucho y, sobre todo, hemos aprendido cómo es posible integrarse en un sitio totalmente nuevo y desconocido. Afortunadamente, no hemos tenido problemas de fundamentalismos ni nada parecido, aunque reconozco que lo que cuento son experiencias particulares y no sirven para hacer un estudio sociológico.

Y colorín colorado, un abrazo. Marifé

No hay comentarios: